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martes, 31 de julio de 2012
Historia sin sentido.
Gatito de seda que cruza la arena para encontrarse con el Sol y la Luna. La sonrisa brillante hacia que las lechuzas se mecieran con ella. La noche se despedía tras una fría lluvia chispeante, espeluznante. La dama, agazapada, sostenía la mirada. No temía esos ojos como dos bolas de fuego que surgían de los volcanes. El río fluía y no había nada más bonito que ese sonido, podía oírse a kilómetros de distancia. La vida volaba, la muerte esperaba, paciente, sin prisa, a que una desafortunada e insensata fuera lo suficientemente novata como para enfrentarse a esa criatura. Chorros de agua salada le recorrían la cara de muñeca de porcelana. Mejillas rojizas, labios carmesí, cabello negro ondeando al viento. Corría, corría y nada veía mas que esa sonrisa cautiva, celosa, apasionada. La atrapaba, la enjaulaba. Nada podían hacer más, ni el gato de seda, ni el Sol ni la Luna, pues para ella no habría mas amaneceres ni atardeceres, ni lechuzas ululando, ni lluvias goteando, ni volcanes chispeantes, ni ríos navegando por esas tierras insólitas. No había mas que esa mirada, esa sonrisa que la dominaba, la amaestraba.
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